Cuando todos los días se toma el tren más o menos a la misma hora, media hora más temprano o media hora más tarde, uno se da cuenta de que un 75 u 80 % de los viajeros son los mismos de siempre: los dos estudiantes que van contándose películas, el chino que se va comiendo un bolillo con salmón ahumado, el señor de las oficinas del edificio de enfrente que siempre se sienta en el mismo asiento del mismo vagón.
En cierta manera es como un mundo pequeño de gente que convive medio ingorándose y ocupándose de sus propios asuntos: el face o el whats en el teléfono, un libro, la contemplación del paisaje a lo lejos.
Un vagón de tren que se habita como las casas de los vecinos en la colonia donde vives. Todo eso, pero sobre ruedas.
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